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El de la suerte inmensa

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27 de febrero de 1925

Esta mañana ha venido un hombre. Me ha metido en su coche y me ha alejado, para siempre, de todo lo que he conocido. Gaj-hel-gra es el nombre que me dio mi madre. Significa algo así como El de la suerte inmensa. Me puso ese nombre porque cuando nací, a diferencia de mis hermanos de camada, era pequeño, escuálido y estaba enfermo. Pero sobreviví. Los granjeros humanos con los que vivía por entonces nos alimentaban bien y nos mantenían ocupados. Mis patas se hicieron grandes jugando en la pradera con mis hermanos; todavía recuerdo el primer conejo que cacé y la alegría de nuestros humanos cuando lo llevé hasta nuestro hogar. Mi ladrido se fortaleció cuando mi madre me enseñó a dirigir y proteger a las ovejas y a mis hermanos de camada menores. Guh-tal-gra la llamaban, La de la voz fuerte, pero yo solo la llamaba Madre. Aún recuerdo con gran aullido cuando empezó a enfermar, a perder la vista y el olfato. Pero, especialmente, recuerdo con dolor cuando los granjeros humanos se la llevaron al bosque para tocarla con el bastón que siempre hace tanto ruido. Odio los bastones ruidosos de los humanos. El estruendo, el humo y el olor a carne quemada que dejan en quienes han sido tocados. Es desagradable y triste. No pude despedirme de ella como lo hacen los nuestros, aunque eso es algo que ella siempre nos advirtió desde cachorros.

- El mundo les pertenece. Nuestras costumbres ya no valen - nos decía Madre a mis hermanos y a mí. "Si el humano os alimenta, quedaos a su lado. Y si el humano os atiza, agachad la cabeza y las patas para que sepa que lo habéis entendido. Y si el humano tiene miedo, ladrad tan fuerte como podáis para advertir al peligro de que tenéis los colmillos preparados". Pero siempre me quedaré con lo que decía cuando venía a nuestro hogar algún intruso; "Vive para el humano y el humano vivirá para ti".

En mis primeros años de vida en la granja y sus alrededores, vi humanos de todo tipo. Nuestros amos, los granjeros, eran gente muy trabajadora. Dependían de Madre para vigilar y proteger a las gallinas, para dirigir y supervisar a las ovejas... Siempre fueron muy agradecidos con ella y con mis hermanos cuando les ayudábamos. Algunas veces nos llevaban al pueblo, donde vivían otros humanos. Allí, además de machos y hembras, había cachorros humanos. Nunca conocí a un humano del pueblo; creo que nuestros amos granjeros eran de otro lugar, porque a veces les costaba comunicarse con los otros humanos. No entiendo cómo podía ocurrirles si también eran humanos. Los del pueblo eran bastante ruidosos, siempre comiendo y bebiendo, aunque no tuvieran hambre y sed. Parecía divertirles. Se juntaban todos y empezaban a intercambiar cosas que necesitaban unos y que les sobraban a otros, por lo general alimento, pero también les veía con unas piedras redondas y pequeñas o con unas hojas con dibujos. Dihn-err-huoo lo llamaban. Alguna vez Madre me contó que los humanos podían llegar incluso a matarse entre ellos por Dihn-err-huoo. No sé si era también un ser humano o algo que ellos adoran, pero no me gustaba. En la granja oía mucho discutir a mis amos por su culpa. Como esta mañana, antes de que ese hombre me metiera en su coche para alejarme de todo lo que he conocido. Tengo miedo. Y tengo miedo no del hombre, sino de olvidar todo lo que he sido aquí.


20 de julio de 1936

Esta mañana he ido a por el periódico, como siempre, y me ha parecido escuchar un ladrido que decía "Gaj-hel-gra". Recuerdo lo molesto que era el ruido de los coches de la ciudad cuando llegué. A diferencia de lo que muchos canes del campo piensan, vivir en la ciudad no es ensordecedor, y mucho menos impide detectar los sonidos y los olores, simplemente hay que estar más atento y agudizar el olfato. Gracias Madre por enseñarme eso también. En cuanto he recogido el periódico en la entrada, se lo llevado a mi amo hasta su sillón. Me gusta llevarle el periódico porque después, durante la comida, siempre me da un buen trozo de carne. La comida que echa en mi plato no es mala, hago como Madre me enseñó y la valoro y aprecio, pero sí que necesito morder algo más robusto de vez en cuando; que ya no tenga que cazar zorros ni dirigir ovejas no significa que haya que tener los colmillos desentrenados. "Curro" es como me llama mi amo, pero el ladrido de esta mañana me ha recordado el nombre que me dio Madre. Gaj-hel-gra. No me relaciono con muchos canes por aquí, y acostumbrado a que mi amo me llame Curro, casi había olvidado ese nombre. Pero a Madre no, nunca. Lo que más me gusta de vivir aquí en la ciudad con mi amo es cuando estamos en la habitación más grande de su hogar. Él se pone en su sillón a hablar en alto mientras mira lo que él llama "Lih-hh-bhro". No entiendo nada de lo que dice, por supuesto. Tampoco creo que le hable a nadie, pero me gusta, porque lo veo feliz y tranquilo, y eso me hace a mí feliz y tranquilo.

Ya es por la tarde y estoy un poco alterado por todo el ruido que hay afuera. Mi amo ha traído a otros humanos a casa. Venían con carteles con dibujos; "Proo-pdan-ghaanda" los llamaban ellos, y bastones que hacen ruido y escupen fuego, aquellos que tanto me asustaban cuando era un cachorro. Mi amo me ha puesto la correa y me ha sacado junto a los demás humanos a la calle. Ha sido horrible. Cachorros humanos chillando, mujeres corriendo y hombres matándose. Bastones ruidosos por todas partes y fuego, muchísimo fuego. Aunque mi amo me acariciaba el lomo para tranquilizarme, el ruido y la peste a carne quemada han sido tan grandes que he acabado vomitando la comida que me dio esta mañana. Tras caminar una larga distancia mi amo me ha metido en un coche, como cuando abandoné la granja, solo que esta vez no he tenido miedo de olvidar quien soy, sino de los humanos.


3 de septiembre de 1936

Esta mañana me ha despertado el humano al que estaban cortando y pinchando los otros hombres que acompañan a mi amo. Es desagradable despertarse con gritos y olor a sangre, pero vivir en el campo después de tantos años es algo maravilloso. Mi amo confía en que vigile que no vengan intrusos armados con la intención de hacernos daño. Al hombre que torturan lo encontré ayer por la tarde, entre unos arbustos no muy lejos del campamento, nuestro nuevo hogar. Tenía una especia de caja con la que hablaba, y esta le contestaba con voz humana. Mi amo algunas veces también hablaba con una caja así en la ciudad. Espero que no le contase a la voz de la caja que mi amo, su manada y yo estamos aquí. Aunque no lo veo, huelo peligro y muerte constantemente. El viento también trae gritos y humo. El olor a carne quemada ya no me desagrada; se ha vuelto demasiado habitual. La manada de mi amo también me mandan cazar a menudo. Hace unos días cacé una ardilla, y en lugar de dársela a mi amo o a cualquier otro hombre grande y fuerte del campamento, se lo dieron a un cachorro humano. Recuerdo bien a ese cachorro porque lo encontramos dentro de su madre humana muerta. No entiendo por qué le tuve que dar la ardilla al cachorro humano; por su olor estaba enfermo y débil, y es evidente que no va a sobrevivir.

Nos han encontrado. Los olía desde hace horas, traté de avisarles, pero la manada de mi amo no me escuchó. Vinieron de detrás del bosque y empezaron a disparar humo y fuego sobre nosotros. Todos los humanos con los que había estado compartiendo la comida, el agua, el sol y el lecho están muriendo a mi alrededor. Tengo mucho miedo, estoy desorientado. Hay tantos ruidos, tantas voces... Le digo a mi amo que tenemos que salir corriendo de allí, pero él se queda inmóvil. Le muerdo la tela que rodea su pierna y tiro de él hacia mí, consiguiendo que corra. Adentrarnos en el bosque es la mejor idea; los únicos animales que escapaban de las fauces de Madre en la granja eran los que corrían lo suficientemente rápido como para llegar al interior del bosque.

No sé qué ha sido de la manada humana ni de los hombres que querían matarnos. Mi amo no está bien. Un bastón ruidoso le ha dado en el vientre y le sale mucha sangre. Cada vez huele más a muerto. No quiero dejarle aquí, al amo no, por favor. Hasta hace un rato hablaba con otra voz humana a través de una caja, pero la voz se ha ido. Mi amo está blanco y balbuceando cosas. Me sigue acariciando y besando la cabeza para tranquilizarme. Me ha manchado de sangre el pelaje, pero no me importa, solo quiero que se recupere y podamos volver a nuestro hogar en la ciudad, o en la granja. Volver a la granja sería...


4 de septiembre de 1936

Mi amo murió durante la noche. Sé que no sirve de nada que me haya quedado junto a él, pero no quería quedarme solo. Sigo llorando por él. No entiendo por qué querían matarle. Ha sido un humano muy bueno conmigo. Me hizo no echar de menos a aquellos humanos con los que vivía en la granja. He lamido sus heridas, como hacen los míos, y he aullado por su dolor. Siento tristeza y rabia. ¿Cómo pueden existir humanos que maten a hombres como mi amo? Solo quiero morderles, hacerles daño hasta hacerles gritar. Estoy cansado, no he dormido nada. Levanto el brazo de mi amo y me siento junto a él. Ahora está frío, y no oigo palpitar nada dentro de él. Estoy cansado y quiero volver a la ciudad con él, a sentarme al lado de su sillón mientras habla en voz alta con Lih-hh-bhro.

Me he despertado por el olor. Vienen hacia aquí. Están cerca. Ya están aquí. Cinco humanos nos han visto a mí y al cuerpo muerto de mi amo. Reconozco la peste que desprenden y sus intenciones. Llevan la misma ropa que los humanos que nos atacaron ayer. Antes de que me pueda poner en pie, disparan contra nosotros. El cuerpo de mi amo para gran parte del fuego y del humo, pero antes de que pueda alejarme noto un enorme dolor en una de mis patas traseras. Trato de ignorarlo y corro siguiendo un pequeño riachuelo que hay en el bosque. Corro como cuando mi amo y yo nos fuimos de la ciudad. Corro como cuando cazaba zorros con mis hermanos de camada. Corro como me enseñó Madre.

No sé cuánto tiempo ha pasado. Dejé el bosque, dejé el riachuelo, dejé a mi amo... He llegado a una pradera. Huelo diferentes flores, y algún que otro conejo, pero también huelo el humo, el fuego y la carne quemada. La carne quemada de muchos humanos. Acabo encontrando una vía de tren. El campo de flores que la rodea es preciosa. Pero mi pata duele. Tardé demasiado en darme cuenta de que estoy herido. Duele tantísimo. Cada vez que apoyo la pata es como una mordedura en el cuello; me mata lentamente. Veo un tren a lo lejos, y me estoy acercando. Cada vez estoy más cansado, pero creo que la pata me duele menos. Sale mucha sangre, pero no creo que los humanos malos me encuentren, porque he corrido como me enseñó Madre, y Madre me enseñó bien. Tengo el tren justo al lado, huelo a muchos humanos dentro, pero veo muy pocos a través de las ventanas. No puedo más. La pata casi no me duele, así que supongo que solo necesito dormir un poco. Me tumbaré en el camino que hay al lado de las flores y del tren. Desde aquí puedo ver a un joven humano mirándome, y tiene un Lih-hh-bhro como el que le gustaba a mi amo en la mano. Creo recordar que los humanos plasman palabras en Lih-hh-bhro, que le cuentan historias para que otros humanos las recuerden. Me pregunto si ese joven le contará a Lih-hh-bhro una historia sobre mí, para que gente como mi amo pueda recordarla. Me tumbo sobre la hierba, la pata ha dejado de dolerme. Tengo miedo. Pero no del humo y del fuego. Ni de los humanos y su guerra. Ahora, más que nunca, tengo miedo de olvidar que Gaj-hel-gra es el nombre que me dio mi madre. Tengo miedo de olvidar que soy El de la suerte inmensa.
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